Jorge Washington Ábalos
El shalaco que enseñó en Harvard
Enseñó las primeras letras en la inmensidad del monte santiagueño a los "shalacos" de la cos! ta del Salado y llegó a convertirse en una verdadera eminencia, que llevó sus conocimientos a la mismísima Universidad de Harvard.
Había una vez un maestro santiagueño que enseñaba a sus alumnos en pleno monte, en un sitio donde la civilización no pudo llegar porque no la dejaron entrar. Un lugar donde la gente hablaba su propio idioma, practicaba su propia religión y dictaba sus propias leyes. Un reino de tierra seca, sol ardiente, dulces quimiles y tijeretas sedientas, al cual sus habitantes extrañamente gustaban llamar "Pago dichoso". A ese lugar, enclavado en las costas del río Salado, llegó un día un muchachito de 16 años con su título docente bajo el brazo. Se llamaba Jorge Washington Ábalos y nunca imaginó que desde ese pedazo de tierra perdida en el mundo, donde no existía la electricidad, el agua potable, ni la medicina, iba a llegar convertirse en un científico de renombre mundial.Su historia es un ejemplo de vida, un mensaje para todos los que abandonan una batalla antes de librarla. Ese maestro de campo que tuvo que aprender quichua para poder hablar con sus alumnos, que fue médico, enfermero y cura, que lloró de tristeza por la muerte de una alumna mordida por una víbora venenosa y se transformó después de ese triste episodio en un investigador que llegó a mostrar sus conocimientos en la mismísima Universidad de Harvard, en los Estados Unidos. Y como si todo eso fuera poco, se dio tiempo para "pintar su aldea" en "Shunko" una obra literar! ia que describe como pocas las vivencias de los changuitos del monte santiagueño. Un relato magistral que conmueve a todos los que lo leen, que llegó al cine de la mano de Lautaro Murúa y que fue editado en la Argentina, Brasil, Rusia y Japón.
A los 15 años se fue a trabajar al interior en la zona de Puente Negro en la zona del Salado. Al llegar, se encontró con la sorpresa de que tenía que dominar el quichua para poder enseñar. Allí, entre esos "shalakos" del Salado, edificó su vida y dejó para siempre su corazón. En este lugar, un acontecimiento trágico que él mismo relata en Shunko le cambió para siempre la vida. Una de sus alumnas, Ana Vieyra, fue mordida por una víbora venenosa y murió por falta de suero antiofídico. Ese día, su maestro juró "matar a todas las víboras del mundo". Y a su manera, cumplió la promesa. "En realidad fue una figura simbólica porque más que matarlas se dedicó a sacar el veneno de las víboras para elaborar el suero y así conseguir que no mueran más niños como Ana Vieyra". Desde ese momento, Jorge Washington trabajó afanosamente para proveer del mortal veneno a los institutos de animales venenosos. Tomó contacto con verdaderas eminencias del país y comenzó una carrera profesional que lo convirtió en una auténtica celebridad. En su faceta literaria llegó a ser uno de los más reconocidos escritores de su época, aunque él prefirió llamarse "simple relator de vivencias". Entre sus libros merecen citarse " Cuentos con y sin víboras", "Terciopelo, la cazadora negra", " Shunko", " Norte pencoso", "Animales, leyendas y coplas", "Coplero popular", "Shalacos" , "Don Agamenón y don Belmiro" , "La viuda negra" y "Qué sabe usted de víboras".
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